12/10/2013

Breve nota sobre la destitución de Gustavo Petro


Cuando llegan al poder, se convierten en aquello que combatieron. Tantos criticamos aquella postura uribista del "Estado de opinión", una peligrosa idea según la cual no importa la institucionalidad, mientras una masa enardecida esté en contravía de sus decisiones. 

Pues anoche Gustavo Petro fue un fiel exponente de esa doctrina incendiaria, de la que supuestamente es opositor, que lo que hace es "venezolanizar" (Me perdonan el neologismo y me perdonan los hermanos venezolanos) un debate que debe darse dentro de las instituciones y con las herramientas que la ley dispone. 

La receta, mal aprendida del chavismo, incluye baño de multitudes, transmisión abierta por un canal de televisión público, un balcón palaciego, un sonido reverberante y miles de personas arengando un nombre, a un hombre. Ese hombre pasará y se verá aplastado por su megalomanía. 

Si bien la Procuraduría se extralimitó, el destituido alcalde Petro también lo hizo con ese llamado entre líneas a la desobediencia civil. Deben prevalecer las instituciones y si tienen algún defecto cambiarlas dentro de la legalidad, no desde la división y la segregación. Petro no sólo debe respetar a su juez administrativo, sino también la misma institución que regenta.

Ya leo a quienes escriben de "facismo" y "oligarquía". Esos calificativos no nos hacen bien. Había un tiempo en que a esta ciudad le decían la "Atenas suramericana", sinónimo de paz y diálogo. Petro con su discurso la convirtió en una potencial Esparta, lista para el fuego de la guerra.

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