11/09/2013

La mezquindad de negociar la paz

Esta semana llegaron noticias de La Habana. El Gobierno colombiano y las Farc superaron el segundo punto previsto en la agenda de los mal llamados "diálogos de paz", dedicado a la participación política de los criminales, tras la eventual firma de un pacto para la bien llamada "terminación del conflicto".

¿Diálogos de paz o terminación del conflicto? Me quiero concentrar en este interrogante. Me podría lanzar en los siguientes párrafos a declarar mi indignación ante la posible llegada a los escenarios de la democracia de los secuestradores y asesinos, pero no. Eso ya está dicho.

Por eso prefiero poner el reflector en la pregunta. En un post anterior, argumenté por qué este momento histórico no debía llamarse un diálogo de paz. Me parece mezquino ponerlo en esos términos. Veo la paz como un anhelo personal, no como objeto de un negocio político.


Es mezquino que desde la Casa de Nariño nos hagan creer que, una vez firmado un acuerdo para la terminación del conflicto con las Farc, el país automáticamente estará en paz. Como si una rubrica deshiciera el maleficio que por décadas ha teñido de sangre las calles y los campos de esta nación. Cómo si la reunión de un puñado de hombres y mujeres encapsulados en el hermetismo y el misterio, en un salón de la capital cubana, fuera un cónclave sagrado del cuál saldrán las maravillas del país que se viene.

Esto es un negocio político. Lo demás será llamarnos al engaño.

Colombia no estará en paz si un grupo terrorista se disuelve. Habrá acabado uno de los factores del conflicto armado, un hecho que no deja de ser positivo y que habla bien de la madurez de nuestros dirigentes y de su capacidad de lograr consensos. La paz es otra cosa y tiene que ver con un anhelo de la sociedad que se construye desde la familia, la escuela y desde nuestra propia alma.

Se podrán disolver las Farc, dejar las armas, y sus cabecillas entrar a los escenarios de la democracia para regentar las instituciones, pero sus víctimas no han tenido ni tendrán un día de paz, mientras sus victimarios no hayan pagado por sus atrocidades. Su sometimiento a la justicia, en los términos que el Estado dispone, es necesario para una próxima reconciliación nacional. Y para sanar esa herida, los colombianos les exigimos la verdad de su accionar y la reparación de sus víctimas.

En este país, y en otros de la región donde existe, el narcotráfico es el alma de la muerte. La violencia podrá reducirse si las Farc dejan de disparar, pero me temo que un sector de la guerrilla, quizás el más criminal y asesino, líderado por alias "El Paisa" y "Romaña", no tomará parte en los acuerdos y se quedará con el rentable y sangriento que alimentó su terrorismo en el último tiempo. 

Será una suerte de "Farcrim" de la que es previsible el uso de la marca "Farc" para mostrarse disidente de los que firmarán en la "paz" y que, disfrazados de revolucionarios anacrónicos, seguirán amenazando la seguridad y la vida de miles de colombianos. El próximo punto en la agenda de la negociación es el narcotráfico. Ya veremos qué noticia sale de La Habana.

Por eso que existan o no las Farc, eso no me hará más o menos pacífico. Mi paz es mía. Y la paz de los colombianos no solo pasa por la desmovilización de unos miles de hombres equivocados, sino por la derrota de la desigualdad, ese asesino invisble que también mata gente sin recursos en las puertas de un hospital.

No hay comentarios.: