4/25/2014

Gabo, hecho a mano

La muerte de Gabriel García Márquez me dejó un sentimiento de orfandad, que no acaba de irse. Aunque está presente en su obra, de la cual tengo varios ejemplares que he leído y no dejo de leer ni de repetir, saber que Gabo ya no vive en este mundo y en este tiempo, deja un vacío que no sé cuando logrará volver a llenarse.

Gabo fue en vida y seguirá siéndolo, nuestro orgullo nacional. Un ser humano, con sus genialidades, y sus errores -como los de cualquier persona-, quien a través de sus letras nos confrontó con lo que somos como humanidad, como hombres, como mujeres, como nación y como país. Sin duda, fue el colombiano más grande que ha existido.

No lo conocí personalmente. Pero sus libros fueron una mano compañera que invitaba a recorrer sus textos. Siempre en mi casa materna existió algún ejemplar de sus obras, en las inolvidables ediciones de la editorial Oveja Negra. Ya en mi formación como periodista, aprendí la importancia del punto seguido, leyendo a Gabo y gracias a un desparpajado profesor caribe, que dictaba literatura en la universidad, comprendí el gran tema de García Márquez: todas las formas del amor.

La oportunidad periodística me permitió conocer al artista Pedro Villalba Ospina, quien inspirado en las inmortales escenas de "100 años de soledad", dibujó una serie de grabados al agua fuerte, que fueron incluidos en una edición de la novela en 2009. En su taller de la calle 53 en Bogotá, el maestro Villalba me reveló su conexión con Macondo, que quedó narrada en una crónica para RCN Radio:



Muchos años después, frente a la sala de redacción del noticiero en el que trabajo, presentí que Gabo se nos iba al conocer la noticia de su regreso a su casa en Ciudad de México, luego de una semana hospitalizado. Supuse que quizás un hombre de su grandeza no quería para si un punto final, conectado a aparatos, sus luces y sonidos, ni tampoco en el estrés hospitalario. Quizás prefirió retornar al hogar, rodearse de sus seres más queridos y entonces, exhalar su último respiro. Pasar a la inmortalidad.

Ese jueves santo de su partida no lo olvidaré y menos por el frío que me corrió por la espalda, aunque mi cuerpo soportaba cerca de 30 grados centígrados esa tarde.

Gabo partió. Ya no está entre nosotros el gran patriarca de esta estirpe de la cual no sabemos si tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra. Luego, los homenajes y las semblanzas. Supe con ellas que Gabo era incansable, persistente y disciplinado en su creación. Entonces recordé al maestro Villalba y su obra. Esos grabados son el mejor homenaje para un hombre como Gabo: hecho a mano.

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